jueves, julio 20, 2006

De morales y culpas




La primera noche que entré al aula sentí que el material
humano que se me daba era distinto al de los niños con los que estaba acostumbrado a trabajar.
Me encontraba ese año cubriendo una suplencia en la escuela técnica nº 1 mejor conocida como el Chaparral por las chapas de su precaria construcción, un establecimiento nocturno donde asisten muchachos que se forjan doblando su esfuerzo diurno obligándose a superarse a si mismos a fuerza de una voluntad sólida; obreros de la construcción, changadores del abasto, trabajadores del puerto eran algunas de las tantas humildes ocupaciones de este enjambre de hombres que haciendo un ultimo esfuerzo en el diario asomarse a la vida para llegar jirones de sobrevivientes a ese aula, colmena de las mieles del
conocimiento, en que debían esperar que yo los iluminara con mi erudición …
Hombres robustos todos que haciendo un guiño a la fatiga
apeaban su mochila de herramientas para trocarla por el
mágico, sumiso y templado contenido de un libro hacedor de patria, fabricante de la promesa franca de una vida menos sudada y más humana, una ilusión de amor y una sonrisa.
Esa noche, mirando cada uno de esos rostros y sus manos supe cuanto iba a aprender de ellos en el curso de ese año a compartir; y si “el carácter de un hombre es el hacedor de su destino”; ellos con su voluntad estaban cambiando la historia, su propia historia y la mía.
Todo ese grupo humano se daba cita ahí, en esas aulas del “chapa” cuando las luces de los talleres se apagaban y
tímidamente se encendían noctámbulas luciérnagas ávidas de iluminar sus intelectos.
Esa noche entré al aula seguro de mi oficio de maestro de
lengua pero con toda la carga emocional de evitar traicionarlos, de traicionar a toda esa fronda con estatura de bosques: ellos eran mis alumnos.
A poco de un preámbulo de presentación de mi persona y del alcance de la asignatura que me proponía dictarles irrumpió en el aula un hombre alto y delgado como una vara de junco, de huesudos rasgos, frente ancha, cano, ojos juntos y cejas pobladas e hirsutas y un aseo temprano que le daba a la cita aunque tardía, el carácter vertido de la puridad de un bautismo.
Se adentró un paso en el salón y se anunció con un permiso,Nemesio Morales, se alcanzó a oírle decir tímidamente y un gracias-disculpe cerro su presentación.
Se sentó en un banco de la última fila contra la pared y sentí sus ojos escudriñarme durante toda la clase, aun cuando voltee para escribir en la pizarra sentí la presencia de su mirada sobre mi hombro.
Al terminar la clase se me acercó saliendo por el pasillo y me manifestó su necesidad de contarme algunos aspectos de su vida buscando un desahogo o quizás una aprobación que exhortara su decisión de vivir.
Nemesio Morales era un hombre realmente bueno, no por que careciera de astucia ni malicia, sino, por que sencillamente elegía no ejercer la maldad que había en él.
A decir verdad la historia de vida de Nemesio resulta más
atractiva por su cualidad de hombre justo que por los ribetes de
una vida desdichada, es que tan difícil es ser justo, imparcial, objetivo, que la virtud por escasa termina siendo un favor divino cuando en verdad debería ser tan solo condición de la naturaleza humana.
Morales fue creciendo en las carencias sin remedio que la
orfandad otorga a quien falto de padres y de patria va
sobreviviendo el día a día entre la magia y el milagro, sin libros y sin aulas, si sacramentos ni liturgias, en la humildad de un alma sin otro bagaje filosófico que el que otorga la escuela de la calle.
Conoció la vigilia impiadosa del ayuno y los dominios
enmelados del que sueña despierto. Aprendió que hay un punto en que el dolor se rinde cuando las manos se afiebran de cargar ladrillos. Supo del recuerdo cobarde y huidizo que se esconde tras las sombras del olvido cuando ser memorioso significa atizar un fuego de venganzas.
Que a problemas extremos solo caben soluciones extremas por que emparchar no sirve cuando el parche es mayor que el paño.
Aprendió que lo importante no es llegar si no el camino y que el amor, siempre el amor, nos corre la valla y la llegada para alcanzar otra meta aun más lejana sin que nos demos cuenta.
Entendía que no siempre el más instruido o educado podía
también llegar a ser mejor persona y que el carácter, es decir, la voluntad podía modificar el destino de un hombre aún en las peores circunstancias.
Que el hombre debe luchar por renunciar a los vicios que lo
atan a la dependencia y que el esclavo lo es primero de si
mismo. Que pagar libera al hombre y lo hace digno y
pedir encadena al precio del favor y de la usura… y el trabajo, aunque pese, da la medida del hombre y su valía. Que no siempre te respetan si respetas y que el respeto es un bien que hay que ganarse y que después, solo después, se aprende a disfrutar la absurda dicha de levantarse cada día para cargar tu piedra.
Estas eran sus máximas sus mandamientos Y su ley,
lamentaba que aulas y letras le hayan sido esquivas, no tener el don de la palabra para haber educado a su hijo en ellas y haberlo hecho tan solo en el ejemplo.
Todo esto me dijo en sus palabras chiquitas, en la simpleza concisa y sucinta de su lenguaje premioso asimilado del acto de instruirse sin auxilio, en la cotidiana observación de su conducta, pero su ejemplo no fue suficiente me decía. Ahora me pedía que lo absuelva o lo condene como si viera en mi persona al mítico símbolo de la sabiduría amalgamada a la justicia, hurgué sus ojos buscando una traza de cordura y encontré el brillo húmedo de la angustia, de la perdida, del fracaso y la frustración.
Podía haberlo evitado, me dijo, pero un padre es responsable de
los actos de sus hijos y no se puede encubrir el crimen ni
ocultar la vergüenza del hecho consumado. Pensé en entregarlo
a la justicia,balbució, le pedí la verdad cuando ya todos sabían que él la había robado, violado y asesinado… pero me mintió.

Pensó en entregarlo a la justicia, para que pague su culpa a costa de pudrirse en la cárcel pero ese destino no era el de esperar para su propio hijo, ni podía asumir para si mismo el rol de entregador, lo vio en un penal enriqueciendo su potencialidad criminal , refinando su demencial desprecio por la vida, o seguramente muerto en manos de otro reo. No, no era esa la muerte esperada para un hijo de la sangre de su sangre, un torrente de especulaciones y sentimientos encontrados se arremolinaron en su mente, el propio desprecio de haber engendrado una bestia de su calaña se mezclaba con su natural necesidad de protegerlo

Ahí entendió que no supo enseñarle, que no supo hablar, que no supo trasmitir lo que la vida le enseñó a precio de sufrir.
Yo le pregunto maestro, me dijo, merece un padre vivir
después de lo que ha hecho, quiero saber si usted, usted… ¿Que es lo que haría?


Nemesio Morales, nacionalizado Argentino, se entregó finalmente a la justicia después
de un intento fallido de suicidio el 25 de Marzo de 1993 con treinta y nueve años de edad y
purga una condena por el homicidio de su hijo hasta Junio de 2011.

El 20 de Diciembre de 2003 se recibió de Abogado dentro del penal.


Juan de los Palotes.