jueves, octubre 02, 2008

déjà vu




Mientras me contaba su historia tuve la sensación de alejarme cientos, quizás, miles de años. Su rostro se convirtió en tan solo un contorno difuso con expresiones que brotaban de sus ojos y boca, mientras pronunciaba una historia sorda a mis oídos. Sólo cuando me preguntó: vos que sentirías? caí en cuentas de que mi atención estaba en otro sitio; tendría que estar en tu lugar, mentí, aparentando haber seguido el hilo de su historia.

El caso es que el joven llegó
esa buena tarde a mi taller animado por quién sabe qué absurda inquietud literaria. Los niños muchas veces juegan a ser grandes, a ser célebres, a figurar en las páginas de las enciclopedias como próceres.
Tenía en ese entonces muchos alumnos en mi taller y no necesitaba el dinero que este jovencito me pudiera dejar. Quería escribir obras de teatro (me dijo sin incurrir en la virtud de la modestia).

Le dije que primero nos esperaba un largo camino de aprendizaje y a modo de respuesta sacó de su casi andrajosa cartera un manuscrito que me dio a leer, parecía tratarse de una mala traducción al italiano de una pieza teatral cuyo título ya dejaba bastante que desear, por lo cursi. Era sin más, la historia tan común de dos familias que se odian y una historia rosa de amor entremedio, un par de homicidios y más sangre, finalmente una pareja infeliz que se suicida.

Nada nuevo, le ofrecí leerla con detenimiento para ayudarlo a corregir y ahí quedó, tal vez algo decepcionado por mi apatía pero no bastó para hacerlo renunciar a su propósito de asistir a mis talleres. Le refuté la idea, le sería más útil y práctico a un mozo de su edad tomar clases de artes y oficios, con algún maestro carpintero o herrero que le dejara a la postre mayor provecho, le dije.

Regresó a la semana. Su insistencia me producía cierta irritación aunque él en el fondo sólo intentara ganar mi aprobación y simpatía.

Esta vez trajo unos poemas que me sonaron por demás encriptados y cacofónicos sin decir de su escaso, sino pobre valor estético. Noté que intuyó mi decepción, tal vez una mueca delató mi intima opinión. Finalmente se quedó.

Esa tarde propuse como trabajo de taller jugar con la idea de un marido celoso que cree ser engañado por su mujer. (La idea del argumento era harto trabajada pero de su tratamiento , de cómo se deshiciera el tema, era lo que esperaba rescatar de mis alumnos de taller esa tarde).

Debo admitir que la disciplina y constancia de Will (así le llamaban sus compañeros) eran dignas de elogio. A la semana lo vi regresar con su obra terminada, otra vez el titulo me pareció ridículo, pero era su pieza al fin y al cabo. Otello, como dio en llamar a este drama, no tenia ninguna esperanza de sobrevivir. Era una pieza si se quiere mediocre.

Fue ahí que comencé a atacarlo, tratando de sacar más de él, a ponerlo en ridículo frente a sus camaradas, a acusarlo de ensuciar malamente tanto papel y chorrear tanta valiosa tinta. (De un dramaturgo más se obtiene cuanto más la vida lo castiga). Entonces sugerí un argumento existencial que siguiendo alguna de las técnicas ya vistas, enredara la trama lo suficiente como para exigir un esfuerzo de atención en el lector.

William presentó su trabajo: era la historia de un escritor ya muerto (su muerte no es anunciada sino hasta el final de la trama) que sufre terriblemente por su falta de inspiración, sin saber que ha muerto cree vivir con su madre viuda (también muerta en su casa paterna, despoblada de objetos y de muebles ) Este escritor, al morir, desciende a los infiernos (sin saberlo aún cree estar vivo hasta el final de la pieza) y trata inútilmente de poner en letras este dramático pasado, sin éxito. Hasta que regresa de los infiernos a golpear la puerta de su amada Meibl que lo rechaza por considerarlo un alma impura y sin paz, sucio, opaco. No lila. Menos Violeta. (ella sabe que él ha muerto). Regresa al fin a la casa paterna.

Finalmente su anciana madre que sueña con vender la casa (en estos estados de irrealidad soñar equivale a vivir escenas de una vida futura y placentera, mientras dentro de un sueño, el estrato equivalente a una pesadilla; es el temblor de la sombra de una vida pasada y su sufrimiento, que nos resulta horroroso, (porque se sufre dos veces o tantas como se nos represente la pesadilla, _nunca un suceso feliz de este`presente onírico_), ella, su madre, lo trae a la realidad cuando la casa debe ser desalojada para que otros tomen posesión. Él no acepta estar muerto y toma a su madre por loca. De aquí en más la tragedia convoca a estos dos personajes mientras deambulan como almas desterradas buscando su lugar de paz.

Hasta que vuelven a la casa tomada y son ellos ahora los que desalojan a sus dueños (que ya, también han muerto).
William, esta vez rechaza todo intento de elogio por parecerle demasiado generoso y rompe el manuscrito violentamente. Nunca se reescribió la obra. Sólo algún fragmento del mismo, disperso por el viento del tiempo, sólo alguna astilla de una página pretendió ser recreada en la mente de algún autor caduco y ocioso. Su titulo, Casa Tomada, mucho tiempo después, sería profanado por un escritor sudamericano de poca monta.

No sé qué fue de él, yo perdí el rastro de mis alumnos al enfermarme gravemente de cólera en aquella epidemia. Tampoco sé qué fue de mis memorias. Veo cerrarse una puerta.Ya no recuerdo más nada.