domingo, agosto 26, 2007

A solas




Otra vez
la soledad se desenrosca.
Se expande, descomprime,
se desliza, se dispersa,
va tomando los contornos
de mi cuarto mis libros y mi mesa.
Flota, se agita, retumba sorda en las paredes,
devora los ambientes, los copia en su volumen.
La respiro.
A poco me acostumbro,
disfruto su presencia destemplada
y los tintes grises de su silencio obeso,
que no tiene por timbre oscuros graves
ni agudos quejumbrosos.
La puedo ver crecer en el letargo
del largo bostezo memorioso.
Se agiganta
con mansa prudencia de extranjero
que no elige ni exige ni corrige,
que no anula ni invalida ni amenaza.
Solo está, solo acompaña en su constancia.
Entonces, por que abandonarla?
Por que patearla fuera si es tan mía
como mi propia alma?
Solo echo de menos cuando llega
una presencia humana,
el timbre de otra voz y otra palabra y
la rutina
absurda del perdón
ante la ofensa injusta y la disculpa,
en la gestual ofrenda de una taza.
Y estar solo con ella y la caricia
en la inmensa planicie
de esta casa.