miércoles, abril 25, 2007

La curva

por Juan de los Palotes

..."Dame una curva en la cuenta regresiva,
una mentira tierna que me obligue ahora,
antes que el marco de la puerta tiemble,
dame, si prefieres un beso póstumo en mi cuero caliente
antes que sea tarde.
Silencio mentiroso:
has un ruido parecido a una voz humana
que tenga olor de amor,
Que si logras engañarme puede
que aquí me quede..."








Tubo sobradas razones para bajar pero eligió seguir, nunca entenderé por que postergó su decisión. En los últimos días solía abrir la puerta de su casa en bombacha y corpiño para escándalo de sus visitantes. Mostrar su cuerpo la divertía, porque después de tantas anfetaminas se había convertido en una mujer delgada, aunque cercana a la locura.

Elegía sentarse siempre junto a la ventanilla, el paisaje agitado de los árboles vertiginosamente quietos la hacía sonreír.
Cualquier lugar era suficiente para escribir mientras pudiera sostener un trozo de papel apoyado en firme. Los versos caían esa tarde como un aguacero, después de todo siempre el desamor y la tristeza fueron su estímulo inseparable. Cerró la puerta ( pongamos que su nombre es Isolda) y sobre la mesa junto al plato de leche de su gata un borrador chorreado de tinta fresca sacudía el silencio:

Donne-moi une courbe en compte régressif,/ un tendre mensonge qui m'oblige maintenant, avant que le cadre de la porte tremblez,/ donne-moi, si tu préfères un baiser posthume dans ma peau(cuir) chaude avant qu'il est tard,/ un silence menteur : il y as un bruit pareil à une voix humaine qui a l'odeur de l'amour,/ Qui si tu réussis à me tromper est possible qu'ici je reste.


Ahora el tren está detenido, el músico ambulante sigue haciendo gemir en su violín una chacarerata santiagueña, mientras un chiquilín que lo acompaña pasa la gorra, pero afuera el horror alimenta a los curiosos, el cuerpo mutilado con precisión de cirugía de una mujer esta enredado entre los hierros de la máquina.

No es la primera victima que cobra la curva ni la última sentencio el guarda mientras se secaba la frente con un pañuelo overo y lo guardaba desprolijamente en el bolsillo trasero de su pantalón ( pongamos que su nombre es Tristan)
Historias como estas abundan dijo insistiendo en lograr respuesta de su interlocutora que ahora se disponía a abrir un libro en la pagina señalada, no por que pudiera concentrarse en la lectura, sino para sacarse de encima la grotesca figura de este hombre que insistía en su monólogo.

Junto al murmullo de los pasajeros que abandonaban el tren se alejaba también el músico callejero discutiendo dividendos con su pequeño manager.
El vagón quedó vacío, sola ella y el guarda.
Creo que hace falta estar muy loco para tirarse a las vías del tren, continuó el guarda, y esta si lo estaba, otros más cobardes no se animan a tanto, prefieren seguir adelante con su absurda vida a espera de que la vejes se encargue de matarlos en forma natural. Y no digo que los cobardes sean más cuerdos (por seguir la idea esa valentía absurda que mueve a los locos tan parientes de Tánatos es la misma que anima a los héroes: un colchón de laureles donde dormir la eternidad…la fama…todos mas o menos locos! )Sea como sea ha de ser muy desdichado quien se anime y además tener una dosis de vocación.
Pero también están los que hacen público el anuncio de su muerte para llamar la atención, esos no quieren morir, por el momento están muertos y buscan desesperadamente que alguien los socorra con un milagro de resurrección, la gente esta muy loca , insistió, loca de soledad, de amor, de desamor, de traición, de desesperanza, loca de empeño, de vanidad, de terquedad, de frustración, angustiosamente loca…

Isolda se limito a escucharlo sin pronunciar palabra, inmóvil, con la vista turbia y clavada en la misma pagina del libro que empezaba a humedecerse con dos silenciosas lágrimas.
La maquina se movió en contramarcha con un sacudón que estremeció a Isolda, efectivos de los bomberos junto a la policía y personal del ferrocarril bregaban por quitar de las vías los restos del cuerpo arrollado.
Las palabras de aquel hombre retumbaban en la cabeza de Isolda como un soplo grave en la piedra horadada por el viento.
Quien era él para llamar a la locura por su nombre, para ofender con desidia a la rebelión de los sensatos contra la marginación la frustración y el abandono, para tratar de enfermos mentales a quienes eligen morir de amor o por amor renunciar a una vida absurda, para ofender a aquellos que solo saben de estar solos aún en compañía
Pensó en su gata, ya debía de extrañarla, este paseo se estaba extendiendo demasiado, el sol que ya parecía ocultarse detrás de los árboles ahora repetía su ascenso con renovado ímpetu.
A cada estación de otoño le seguía una primavera, la curva se había cerrado, un silbato agudo anuncio la partida.

Un efectivo de la policía iluminó el vagón con su linterna, se aseguro que nadie quedara dentro del tren, solo la presencia de una gata que lamía la página húmeda de un libro lo sorprendió al saltar por la ventanilla. Parado en el estribo agitó su brazo y señaló al maquinista que ya podían seguir.
Él la invito a bajar, ella miró el cuello de Tristan y su roja cicatriz atada a su garganta como una cuerda y con vos redentora le dijo, no gracias, aquí me quedo.